Agosto de vuelos, idas y venidas.

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Decidí que estas vacaciones tenía que recompensar un año especialmente duro. 

Hace seis meses colapsé y mi mente entró en barrena. Si me sigues en redes creo que te haces una idea de la historia, y si eres una persona cercana sabes de lo que hablo así que vayamos al turrón:

Pillé mi maleta y el coche y me eché a la carretera. Casi 500 kilómetros conduciendo hasta Asturias. Llanes era mi campamento base. Hice el descenso del Sella (16 kilómetros a remo). He visitado las ciudades de Oviedo y Gijón y he carreteado por rincones encantadores como Lastres, Cudillero, Covadonga y los picos de Europa. He visitado la playa de Gulpiyuri que además de ser preciosa es la más pequeña del mundo.

Vuelta a Zaragoza, 500 kilómetros más a mis espaldas. 

He volado hasta Austria 🇦🇹 y he pateado Viena calle a calle incansablemente. He navegado por los valles del Danubio y Wachau y he aprovechado mi estancia en el norte de Europa para sumar otro país a mis vacaciones plantándome en Eslovaquia 🇸🇰 ¡qué bonita es Bratislava!. Con todo y de vuelta a España 🇪🇸 quise despojarme de mi necesidad de playa y volé hasta Mallorca porque soy bicho de mar. 

Y ahora sí, tercer vuelo, esta vez de vuelta a casa.

Pocas cosas hay más satisfactorias que viajar. Llenar la mochila vital de viajes, empaparse de cultura, gastronomía, paisajes, costumbres, clima e idiosincrasia de distintas latitudes. Es la manera más equilibrada de poner en perspectiva nuestro lugar en el mundo, cargar pilas y continuar.

Amor para todos.

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